Pieza fundamental en el
arte románico, aunque quizás ligeramente abandonada en un segundo plano, es la
escultura en madera. Cristo y la Virgen con el niño son los motivos más
representados en la imaginería románica.
Se creaban estas imágenes
para ornamentar el mobiliario de las iglesias como por ejemplo el maravilloso
retablo del altar de Santa María de Taüll, del Siglo XII. En él centro vemos un
Cristo en majestad inscrito en una mandorla y rodeado por el tetramorfos. Así
mismo, en dos niveles y rodeando al Cristo se encuentran los doce apóstoles.
Todo el conjunto conserva todavía parte de su policromía.
Aparecen los crucifijos
coloreados en los que se representa a Cristo, generalmente vivo, clavado en la
cruz. Las vestiduras oscilan entre una túnica larga y entallada cuando Cristo
se figura vivo y unas enagüillas cuando se representa al Cristo ya fallecido.
La Virgen suele
representarse acompañada del niño, ya sea éste de pie delante de ella o sentado
en su regazo. Constituye éste uno de los motivos escultóricos más extendidos
del románico, la Virgen como Sedes Sapientiae, como trono de la Sabiduría,
trono viviente de Dios. El niño suele representarse con la mano derecha vendiendo
y en la izquierda portando los
evangelios o bien la bola del mundo. Se persigue representar la serindad de su
divinidad.
Se caracteriza esta
imaginería románica por su frontalidad, hieratismo y severidad en los rostros. En el caso de la Virgen con el niño,
hacia el 1200 comienza a diluirse esta severidad al apreciarse un progresivo
giro de la Virgen María hacia el niño.